Halloween niños educaciòn

Durante estos días, las calles se llenan de carteles con imágenes de calabazas, esqueletos, calaveras, fantasmas sangrientos, telas de araña.

Las escuelas adornan sus aulas con estos elementos permitiendo que los alumnos vayan disfrazados con vestimentas y caretas, cuanto más terroríficas mejor. cada ves mas padres permiten que sus niños participen de esta festividad creyendo que consiste en un encuentro inocente entre sus niños y amiguitos donde comerán caramelos con disfraces simpáticos.

Pero, ¿es adecuado que los niños se celebren Halloween? ¿realmente les beneficia participar de esta festividad? ¿Nosotros como padres debemos incentivarlos a participar?

¿Halloween es realmente beneficioso que los niños lo celebren?

Halloween su origen y propósito

Sucede que uno de los mayores errores que habitualmente cometen los padres con esta festividad es desconocer por completo su origen creyendo que se trata de que los niños pasen un lindo momento en compañía de amigos disfrazados y comiendo caramelos.

El actual Halloween que nos ha llegado de Estados Unidos poco o nada tiene que ver con la fiesta de la que proviene, Y es que, la misma celebración que hoy lleva a miles de niños a disfrazarse y pedir caramelos puerta a puerta tiene su origen en el Samhain o Samagín , una tradición celta en la que los hechiceros de la antigua Britania (los míticos druidas) danzaban alrededor de una fogata con el objetivo de ahuyentar a los malos espíritus y protagonizaban tristes sacrificios humanos para convertirse en una suerte de oráculos.

Lo que se sabe es que aquel Halloween primigenio tenía como protagonistas a los druidas britanos, los sacerdotes celtas. «El pueblo céltico vivió en el norte de Francia y las islas británicas. Practicaba las artes ocultas y adoraba a la naturaleza, a la que atribuía cualidades místicas o sobrenaturales», explican los autores John Ankerberg y John Weldon en su libro «Facts on Halloween».

El historiador Henri Hubert, por su parte, afirma en su obra « Los celtas y la civilización céltica» que los miembros de esta civilización se mantenían unidos, precisamente, gracias a estos hechiceros, pues se encargaban de conservar las tradiciones.

Como pueblo que basaba una buena parte de su existencia en la naturaleza, los celtas daban gran importancia a los ciclos estacionales. Para ellos, el año se dividía en dos grandes épocas: el invierno y el verano. La primera relacionada íntimamente con la muerte y la segunda con la vida. Para conmemorar el paso de una a otra, celebraban dos fiestas en honor a los respectivos dioses a los que asociaban cada una de ellas. «Los celtas adoraban al dios sol (Belenus) especialmente en Beltane, el primero de mayo. Y adoraban a otro dios, Samagín , el dios de la muerte o de los muertos, el 31 de octubre».

El origen del actual Halloween se encuentra, como era de esperar, en la segunda fiesta, la que se organizaba en honor de la deidad de la muerte. El jolgorio se alargaba tres días con sus respectivas noches y que en él se conmemoraba la llegada de la estación de la muerte. En ella, los campos y los seres vivos dormían a la espera de la próxima primavera.

La fiesta, que hoy daría la impresión de ser menor, era en realidad una de las más destacadas del año. No en vano los propios druidas consideraban a su civilización y al pueblo britano descendientes del dios de la muerte De los 400 nombres de dioses celtas conocidos, el que más se menciona es el de Belenus y Samagín, que es nombre específico del señor de la muerte, Más allá de las diferencias sobre sus orígenes, en las prácticas los druidas afirmaban que, en la noche del 31 de octubre (hoy en día Halloween), Samagín convocaba a los muertos para que pasasen al otro lado.

Es decir, para que abandonaran el mundo de los fallecidos y arribaran al de los vivos para encontrarse con sus familiares y amigos. El problema es que estos espíritus podían llegar al «más acá» de dos formas diferentes atendiendo a si habían sido «buenos» o «malos» durante los últimos meses.

Si el dios consideraba que no habían cumplido con sus deberes, hacía que se reencarnasen en animales tras el ocaso. Por el contrario, aquellos que habían obrado acorde a lo que quería la deidad eran libres de visitar a sus familiares con su forma humana y pasar unas horas en sus antiguos hogares antes de regresar de nuevo al limbo y perderse en el abismo hasta el año siguiente.

Además, la noche del 31 era considerada especialmente esotérica por los druidas. Creían que el velo existente entre el presente, el pasado y el futuro caía, siendo esta la razón de que se considerase como el momento más propicio para todas las clases de artes mágicas y, en especial, las adivinatorias y de predicción sobre el nuevo año.

Era, en definitiva, una jornada en la que el miedo a los muertos se mezclaba con la esperanza de recordar a un familiar que hubiese dejado este mundo.

Rituales

Pero lo más llamativo durante las celebraciones de aquel primitivo Halloween eran los rituales que practicaban los celtas. Uno de los más básicos era apagar todos los fuegos que hubiese encendidos en las casas. Esta medida se llevaba a cabo con dos objetivos diferentes.

El primero era evitar que los espíritus errantes (los malvados) entrasen en las viviendas. Y es que, según aquel pueblo, hasta los fantasmas odiaban permanecer en una fría estancia en su única noche sobre la tierra.

El segundo, por su parte, era simbolizar la llegada de la estación más «muerta» y oscura del año. De esta forma, los pueblos celtas se quedaban totalmente a oscuras y solo eran iluminados por una cosa: las hogueras que los druidas encendían en las colinas. Gigantescas piras que rezumaban crueldad.

Los druidas o clase sacerdotal celta encendían nuevos fuegos centrales en las colinas como símbolo del renacimiento de la naturaleza y de la vida durante la noche de Samhain.

En estos nuevos fuegos se quemaban principalmente ramas de roble, árbol sagrado para los celtas, y ofrendas de frutos, animales e incluso seres humanos. Al día siguiente en las cenizas y restos de huesos calcinados los druidas leían el futuro de la comunidad en el nuevo año que comenzaba.

Estas fogatas eran encendidas con todo tipo de objetos que los jóvenes reunían en los días previos a la celebración. ¿Cómo lo hacían? Mediante una tradición que se mantiene en la actualidad: pidiendo materiales de casa en casa para la gran hoguera. Los fuegos eran un elemento central de la celebración, pues se creía que con ellos se lograba espantar a los espíritus malignos que, enfadados por haber sido castigados por el dios de la muerte, se dedicaban a hacer tretas a los vivos.

La gente se ponía grotescas máscaras y danzaba alrededor de la gran fogata pretendiendo que eran perseguidos por los malos espíritus.

Además de todo ello, esta fiesta era considerada un momento propicio para pedir por los espíritus de los fallecidos y para practicar la magia y las artes adivinatorias. Esta última praxis era realizada por los druidas, quienes consideraban que podían averiguar el futuro usando vegetales… o sacrificando seres humanos a los dioses. Una barbaridad que, a día de hoy, ha caído en el olvido durante la noche de Halloween.

Tener claras algunas ideas y aspectos a la hora de comunicar este tipo de sucesos a los más pequeños puede ser de gran utilidad para todos los miembros de la familia.

Conocer como padres esta clase de información es de total importancia para actuar con responsabilidad y evaluar si realmente beneficiara a nuestros hijos participar del Halloween.

Otro aspecto que hay que tener muy presente es que a los niños se los suele ver motivados en esta clase de festejos por el simple hecho de que les divierte disfrazarse, recibir caramelos y disfrutar con amigos no es Halloween en si .

Ellos como menores desconocen por completo temas como la muerte, los rituales y todo relato disfrazado de entretenimiento como cuentos de terror, pero si nos corresponde a los adultos conocer esta información y corrernos del mito popular para también en el caso de decidir no festejarla saber comunicar a nuestros hijos por qué motivos no se festejará ofreciendo a los niños la cantidad justa de información sin ahondar en detalles innecesarios o perturbadores para el menor.

 Es importante ser consciente de cómo nos encontramos nosotros mismos porque esa emoción se impregnará en el niño, así que si lo que quiero es transmitir tranquilidad debo sentirla y buscar un momento en calma.

Se debe tener en cuenta que, junto a las palabras, el pequeño también observará la actitud y el lenguaje no-verbal del adulto, por lo que tiene que existir una coherencia entre lo que se dice, cómo se dice y cómo se actúa.

Generalmente a los niños no les trae ningún beneficio que sus padres en estas fechas les cuenten relatos fantasiosos de fantasmas, brujas y monstruos ya que son cosas que por mas inocente que parezcan solo pueden generar en el menor miedo, ansiedad y estrés, 3 cosas que un niño pequeño no tiene aún los recursos para gestionar por sí solo.

Esa clase de situaciones, lo que lo puede llevar a tener pesadillas, ataques de pánico y hasta somatizar el miedo innecesariamente en forma de sudor frio, palpìtaciones o bloquearse temporalmente por lo cual es inútil que como padres les generemos estas situaciones a raíz de lo que pensábamos era un cuento inocente.

También debe aprender a hablarse de la manera correcta el tema de la muerte sobre todo para traer tranquilidad a nuestros hijos.

Es habitual que esta palabra se evite siempre que se habla frente a un menor, pero es necesario hablar estos temas para traer la mayor tranquilidad al menor.

Si el niño tiene edad para entender lo que ha ocurrido no hay que recurrir a metáforas, tan sólo se debe decir la verdad.

Es importante enfrentarse a este tipo de situaciones siempre contando la verdad y no escondiendo lo que el adulto siente o lo que ha ocurrido.

Adaptar los argumentos y conceptos según la edad

Los niños entenderán la muerte mediante su experiencia y madurez, por lo que es muy importante adecuar el discurso a la edad del niño.

Debemos tener en cuenta que un niño de 6 años, por ejemplo, no necesita saberlo todo acerca de la muerte. En los casos en los que los niños son pequeños es aconsejable responder simplemente a las preguntas que ellos realicen, sin darle más explicaciones que las que ellos demandan.

Hablar con él de la persona fallecida puede ayudar a que el pequeño exprese sus sentimientos sobre lo que ha ocurrido y sobre la persona que no está, y podamos conocer más su estado emocional.

El niño puede reaccionar frente a la muerte de muchas formas, dependiendo de los factores que le influyen, no sólo la edad que tiene, sino la manera en la que se relaciona con su entorno, el nivel de entendimiento, la experiencia o el propio vínculo que le unía con la persona fallecida.

¿todavía quieres que tus hijos celebren Halloween?

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