El niño obedece la sabiduría de la naturaleza

El niño obedece la sabiduría de la naturaleza

Antes de nacer, tu bebé tiene en el vientre materno un ambiente naturalmente perfecto para su desarrollo, el lugar donde todas sus necesidades encuentran una respuesta sin que tenga que pedir nada. Después de su nacimiento, esto cambia. Su cuerpo deberá crecer, su cerebro tiene que desarrollarse para ser capaz de pensar, de imaginar, de comunicarse, de relacionarse con otros y de crear cosas nuevas.
De ahí que los primeros seis años de vida, y en especial los primeros tres, sean tan importantes. ¡Es el tiempo en el que nos formamos como personas!

¿Notaste que tu bebé es un gran observador? Escucha cada sonido, observa las imágenes, se detiene en pequeñas acciones, registra colores y demuestra gustos con una claridad de la que los adultos a veces no somos capaces. Cada nueva experiencia, sea positiva o negativa, conecta las neuronas de su cerebro y queda registrada en su mente en formación. Por eso resulta clave que sus experiencias sean valiosas y agradables. Ellas son como un maletín de herramientas para explorar el mundo con curiosidad y confianza; para construir una personalidad segura y positiva que le permita desarrollar todo su potencial.

Debemos prepararle un ambiente en el que sea capaz de desplegar su potencial y formar su personalidad de manera armónica y segura.
Ayudar a que tu hijo crezca es una tarea casi artesanal que requiere mucha observación. Él o ella te va a ir indicando qué necesita en cada
momento.

Por eso tu mirada, tu escucha y tu confianza son claves. Sabemos que todo niño requiere afecto, alimentación, sueño, seguridad, rutinas, orden, movimiento, lenguaje e independencia.

Miralo, hablale, respetá sus tiempos

  • Prepará el ambiente donde tu hijo encuentre actividades que le interesen, que involucren su mente y sus manos, para que pueda elegir y hacer por sí mismo, que le permitan desarrollar la concentración. No hace falta que gastes una fortuna, muchas de las actividades cotidianas en tu casa son excelentes oportunidades (cocinar, limpiar, cuidar las plantas), a tu hijo le gusta colaborar con lo que vos hacés. En su rincón de juego, tres o cuatro opciones a su alcance son suficientes.
  • Muéstrale. Tu hijo necesita saber el nombre de las cosas, cómo se usan y para qué sirven. Encará esta tarea de una manera respetuosa y con paciencia pausadamente y con pasos simples que pueda seguir e imitar. Dale tiempo. La velocidad con la que tu hijo procesa la información y con la que hace las cosas es única y personal. Y, definitivamente, ¡más lenta que la tuya! Dale tiempo para que descubra el mundo por sí mismo y a su ritmo, supere los desafíos y disfrute de sus logros. Es clave que pueda practicar, sin interrupciones, repitiendo la misma actividad hasta que se sienta satisfecho.

El niño obedece la sabiduría de la naturaleza (El orden) (La rutina)

Muchas veces asociamos “orden” con control, con límite, con restricción. Bueno, vamos a desarmar un poco esa idea. Durante el crecimiento y probablemente en toda etapa de nuestra vida el orden, los hábitos y las rutinas son grandes aliados. Son sostenes en los que afirmarnos para poder llevar una vida segura, saludable y creativa. Entender esto es clave en la crianza de tu hijo, porque en los más pequeños el orden es el marco de referencia que les permite anticiparse a los procesos, sentirse seguros, crecer confiados y comprender el mundo que los rodea. En ese tiempo el bebé está desarrollando su “confianza básica”, la que le va a permitir empezar a interactuar con el ambiente a su alrededor para construir su propia personalidad. Casi siempre pensamos en la rutina como algo monótono y aburrido. Pero la idea de rutinas en realidad tiene mucho más que ver con adoptar la costumbre de hacer algo de una forma consistente. Si seguís una rutina, la acción que hagas siempre de la misma manera se va a convertir en un hábito: una conducta incorporada naturalmente. Para tu hijo es importante que ya desde bebé repitas las mismas acciones en más o menos los mismos horarios.
Por ejemplo: si acostás a tu bebé todos los días después del almuerzo, vas a crearle el hábito de la siesta. Y lo más probable es que con el paso del tiempo sienta sueño a esa hora y se duerma naturalmente.

Los horarios y las rutinas les dan a los niños una cotidianidad pacífica, previsible, sin sobresaltos. De ese modo van a poder poner su atención en descubrir su entorno; en percibir con sus sentidos nuevas formas, texturas, colores y sonidos. Todo eso desarrolla su inteligencia; una mente ordenada, sólida y rica, capaz de observar, analizar y relacionar con claridad. Sí, el orden en las cosas, en el tiempo y en el comportamiento crea el contexto para que tu hijo pueda tomar decisiones que fortalezcan su voluntad. Por eso es tan importante que le ofrezcas cierto esquema de alimentación, baños, juego y sueño a tu hijo. Si hay orden exterior, hay orden interior entonces tu niño puede usar su energía y recursos para formar su orden interior.

El niño obedece la sabiduría de la naturaleza (La organización y las reglas)

La organización de los objetos

Además de ordenar su tiempo por medio de las rutinas y su comportamiento a través de los hábitos y límites es importante que organicemos su espacio y lo mantengamos de esa forma. Un ambiente ordenado favorece su orientación, su capacidad para moverse y su independencia.

Si su ropa está acomodada, les va a resultar más sencillo elegir qué ponerse. Si sus juguetes están separados por categorías (una caja con muñecos, otra con bloques, un estante con libros), les va a resultar más simple decidir con qué quieren jugar y concentrarse en una actividad a la vez. La idea siempre es que la energía la usen para crear, explorar, imaginar, más que para esperar, pedir y buscar sus cosas.

Las reglas

De muy pequeños, los niños aún no tienen la capacidad de obedecer conscientemente: solo responden a impulsos internos que les indican qué tocar, qué mirar, qué escuchar, adónde ir. Por eso, durante los primeros años, tenemos que acudir a estrategias como readecuar el espacio físico o distraer su atención para detener una conducta, para disuadirlos o persuadirlos, y a las rutinas consistentes para crear hábitos saludables.

La capacidad de discernir qué está bien y qué es adecuado se va incorporando con el tiempo, a medida que se desarrolla el lóbulo prefrontal del cerebro. Esto sucede alrededor de los tres años de edad.

Las actividades de la vida diaria que tienen un propósito real, las rutinas y los hábitos, el conocimiento de reglas y límites, apoyan el desarrollo de la conciencia de sí mismo.
Gradualmente, tu hijo se va a volver consciente de las consecuencias de sus actos, de las reglas y de lo que se espera de él, de sus pensamientos y de los pensamientos de los demás. A partir de los tres años, y a medida que crece su independencia, sentirá que es capaz de cooperar en la vida familiar. Poco a poco será más capaz de controlar sus impulsos y tendrá un mayor autoconocimiento como para elegir lo que es bueno para él. A esa capacidad la llamamos “disciplina interna” y tiene que ver con la autorregulación, que más de una vez podrá ayudarlo a sobreponerse ante determinadas situaciones que le resulten adversas.

Los niños y las reglas etapa por etapa

De 0 a 18 meses. Aún no pueden obedecer, salvo que lo que se les pida coincida con su impulso vital.

18 meses hasta 3 años. Ya entienden, pero a veces pueden hacer caso y otras “no les sale”.

De 3 a 6 años. Son capaces de respetar las reglas…, aunque pueden elegir no hacerlo.

A partir de 6 años. La obediencia se convierte en una decisión interna, producto de su reflexión. No es una imposición del adulto, sino un “reconocimiento” hacia la confianza que ese adulto les despierta.

Claves para poner reglas

  • Dale a tu hijo reglas claras y coherentes.
  • Jamás acudas al castigo físico, bajo ninguna circunstancia. Destruye su confianza y lo hace sentirse con derecho a castigar a otros
  • Tené noción de la cantidad de “no” y “sí” que decís por día. Siempre que se pueda corregí en positivo, por ejemplo: “La mesa es para comer, dibujar, trabajar; para sentarnos usamos una silla”.
  • Tené paciencia ante los errores. Tomate el trabajo de reconocer las reacciones de tu hijo y las razones que lo llevan a actuar de determinada manera.
  • Mostrale las consecuencias de sus descuidos. Ejemplo: si volcó el vaso, ofrecele un trapito y mostrale cómo limpiar
  • Usá una voz calma y firme (¡funciona más que enojarse!). Agachate a su altura para hablarle y miralo a los ojos.
  • Acompañá la disciplina de amor incondicional: que sepa que tu amor no depende de cómo se porte.

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